Versículo 1
Los necios, malvados, que no
tienen seso ni gracia, son a veces
puestos en sitios de honor, poder y
responsabilidad. Eso es un absurdo,
una grave inconveniencia; cae tan
mal como la nieve o la lluvia en
tiempo de siega, pues estorba a los
labradores y echa a perder los
frutos del campo cuando están a
punto para ser recogidos.
Versículo 2
El que es maldecido sin causa,
sea mediante furiosas imprecaciones
o mediante solemnes anatemas, no
recibirá de ello más daño que el que
causa un pájaro que revolotea en
tomo a la cabeza de una persona. Así
David no recibió daño alguno (al
contrario) de las maldiciones que le
lanzó Goliat (1 S. 17:43) ni de las
que le lanzó Simef (2 S. 16:5 y ss.)
Versículo 3
Como en 10:13; 19:29, se expresa
aquí la inutilidad de los buenos
avisos y consejos a los necios y
malvados, por lo que, para
dirigirlos por el buen camino, como
a los caballos, o para frenarlos de
seguir por el mal camino, como a los
asnos, hay que emplear la fuerza de
la severa reprensión y aun el
castigo físico, impuesto por la
autoridad competente, simbolizados
aquí por el látigo y el cabestro.
Versículos 4-5
Estos dos vv. parecen recomendar
actitudes contradictorias, pero no
es así. Se trata de circunstancias
diferentes, en las que un hombre
prudente sabrá tratar al necio de
forma también diferente. El
proverbio viene a decir: «Si el
necio se jacta, no le respondas
jactándote tú también; si grita
desaforado, si maldice, etc. no le
respondas con su mismo lenguaje,
pues te rebajarás al nivel de él.
Pero si tienes motivos para pensar
que tu silencio va a ser
interpretado como una muestra de
debilidad, respóndele como se merece
su necedad, venciéndole con sus
propias armas. Si profiere algo que
tiene la pretensión de ser un
argumento a su favor, dale la
respuesta conveniente, sabia, no sea
que vaya a creerse que es un sabio
por haber presentado una razón a la
que no has sabido responder».
Versículos 6-9
Salomón muestra aquí que el
necio no sirve para nada útil: o es
tan tonto que no sabe pensar bien, o
es tan malo que no sabe pensar otra
cosa que el mal. Por eso, no se le
puede encomendar ningún asunto que
comporte responsabilidad e
importancia para el que les ordena
algo o les envía a cumplir un
encargo. La persona que así hace uso
de un necio es como si se cortara
los pies, pues se inhabilita (se
queda inválido) para cumplir el
objetivo que se proponía; además,
bebe su amargura, ya que un
comunicado mal entendido por haberlo
distorsionado el criado necio, puede
enfurecer a la persona que recibe el
mensaje y, creyendo que esa era en
efecto la intención del amo, tomar
venganza contra él, lo que sería
como un brebaje amargo. El símil del
v. 7 da a entender que el proverbio
del necio es una forma de expresión
tan inútil para los que le escuchan
como las piernas de un cojo,
incapaces de soportar el peso del
cuerpo al andar. Del mismo modo (v.
8), dar honores a un necio, que no
sabe apreciarlos ni usarlos
debidamente es como atar la
piedra en la honda, acción sin
sentido, pues la piedra no podrá, si
está atada, ser disparada de la
honda. No es claro el sentido del v.
9, pero, en todo caso, indica un
grado de necedad mayor que el del v.
7. El sentido más probable es que un
necio, con sus refranes o dichos,
puede hacer a otros, y a sí mismo,
daños incalculables, como un
borracho, a quien le viene a la mano
(versión más probable) un objeto
punzante con el que hiere a diestro
y siniestro, y también a sí mismo,
porque no sabe cómo manejarlo,
debido al estado en que se
encuentra.
Versículo 10
El texto de este proverbio es
oscuro, pero el sentido se adivina
(nota del traductor). Creo que la
explicación mejor (similar a la
versión que, al margen, ofrece La
Biblia de las Américas) es la
que da J. J. Serrano: «El sentido
del proverbio es claro: el jefe o
maestro que, como el nombre y la
antítesis del verso suponen, es
sabio, sabe y puede hacerlo todo,
esto es, todo lo que pertenece a su
oficio. Pero el necio es tan inútil
para todo como puede serlo un
cualquiera para un trabajo
determinado que desconoce. Por eso
se dice que alquilar al necio es
como alquilar al desconocido, al
ignorante o, como dice el texto, al
transeúnte».
Versículo 11
En principio, el proverbio se
refiere al necio que repite sus
necedades, como el perro que, siendo
sin sentido, vuelve a comer lo que
vomitó por resultarle indigesto. San
Pedro alude a esto (2 P. 2:22) para
referirse a los pecadores que,
convictos de pecado, pero no
debidamente arrepentidos de él,
vuelven al pecado, a pesar de lo
dañoso que les había resultado.
Versículo 12
Grave enfermedad espiritual es
tener de sí mismo un concepto más
alto del que debería tener (Ro.
12:3). De ahí la exhortación de 3:7
a no ser sabio en la propia opinión,
pues induce a la persona al
fanatismo, al orgullo y a la crítica
insana. Más esperanza hay del
necio que de él, porque el necio
tiene la posibilidad de aprender,
pero el que se cree sabio no tiene
remedio, pues no sabe que le queda
mucho por aprender (V. 1 Co. 8:2).
Versículos 13-16
Esta porción vuelve a tomar el
tema del perezoso. El v. 13 repite,
con una ligera variante, el
proverbio de 22:13. El v. 14, bajo
el símil de la puerta que gira sobre
sus goznes, unas veces a la derecha,
otras veces a la izquierda, según se
entra o se sale, pero sin salirse de
quicio ella misma, describe al
perezoso dando vueltas en la cama:
se halla cómodo en ella y, cuando se
cansa de estar echado de un lado, se
da la vuelta al otro lado, pero sin
salirse de ella, aunque esté ya muy
avanzado el día y haya trabajo que
hacer. El v. 15 es casi idéntico al
proverbio de 19:24, con la variante
aquí de `se cansa', como si
el esfuerzo para llevarse la mano a
la boca le resultase demasiado
fatigoso. El v. 16 nos recuerda los
proverbios que ya hemos visto en
3:7; 26:5 y en el v. 12 de este
mismo capítulo, pero este perezoso
del que aquí se habla es el mayor
necio que pueda darse, pues se cree
más sabio que siete hombres
lo suficientemente sabios para
saber aconsejar con prudencia
(comp. con 27:1lb). El número
siete indica un número
considerable. La buena opinión que
de sí mismo tiene este perezoso es
una de las causas determinantes
(quizá, la única) de su pereza; no
se esfuerza por adquirir la
sabiduría porque piensa que es ya
suficientemente sabio; si al menos
se detuviese a examinarse a sí
mismo, se daría cuenta de su
ignorancia.
Versículo 17
Lo que aquí se condena es, como
dice la expresión castellana,
meterse en lo que a uno no le
importa. El que se interfiere en
asuntos ajenos o se mete a
intermediario imprudente en pleitos
que no le van y en los que no sabe
dar un consejo pacificador, se
expone a causarse problemas a sí
mismo y encender más, en lugar de
apagar, la disputa. Es como tomar
por las orejas al perro; no al
perrillo doméstico, sino al que
vagaba suelto por las calles en
Palestina.
Versículos 18-19
Se exponen aquí los peligros de
las bromas que llamamos 'pesadas'.
Del hombre en cuestión se dice que
enloquece, pues no se percata
de las fatales consecuencias de sus
acciones al engañar a sus prójimos.
Es tan loco como el que lanza
llamas y saetas mortíferas por
hacer deporte, con evidente peligro
para todo el que se acerque a él o
pase cerca de él.
Versículos 20-22
De la misma manera que el fuego
se apaga cuando le falta
combustible, también la contienda
cesa donde faltan los chismosos (V.
16:28; 22:10). El v. 21 viene a
expresar la misma verdad de modo
diferente: El hombre pendenciero
enciende (mejor, inflama,
aviva) la contienda, como
hace el carbón con las brasas, y la
leña con el fuego. El v. 22 es una
repetición de 18:8. Estas
repeticiones tienen por objeto, con
sana pedagogía, poner de relieve el
tremendo daño que causan los que
gustan de llevar chismes de un lado
a otro, revelando secretos, dando
malas interpretaciones a lo que
otros dicen, insinuando malas ideas
y malas intenciones con respecto a
personas que son completamente
inocentes o, al menos, no tan malas
como éstos las presentan. En fin,
son incendiarios que, por el bien de
la misma sociedad, deberían ser
tenidos a raya, pues dan fatales
heridas al amor y al afecto
fraternal (2 P. 1:7) que deben
reinar entre los creyentes. Cuanto
menos tratemos con tales personas,
mejor, porque es muy difícil evitar
pendencias con quienes son
pendencieros de oficio.
Versículo 28
Hay dos clases de mentiras
igualmente detestables: 1.
La lengua mentirosa (lit.) que
odia al que ya es su víctima;
la aflige con reproches y calumnias
porque la odia. No lo
disimula: le hace daño porque la
odia y así lo reconoce
descaradamente. 2. La boca
lisonjera, es decir, aduladora,
que actúa solapadamente; la víctima
no sospecha nada malo y se perjudica
a sí misma por dar crédito a los
halagos y cumplidos que le hacen,
con lo que es empujada de
modo suave, pero fuerte, hacia el
precipicio. Un hombre prudente
temerá más al adulador que le bese
para matarle, que al calumniador que
proclama la guerra.